"Mi padre
salía todos los días de madrugada y volvía por la noche, casi siempre, tarde.
Seguía sin contarme en qué actividad estaba metido y yo seguía sin tener a
nadie a quien contarle lo complicado que se me hacía sostener el equilibrio de
aquella casa. Mi única información consistía en que recogía ropa de segunda
mano, pero lo que hacía con ella era un auténtico misterio. No tenía idea de
que el negocio de la segunda mano diera dinero para pagar los gastos, aunque lo
cierto es que mi asignación mensual para comprar comida y otras necesidades,
así como las facturas de rigor se iban cubriendo. Me imaginaba a mi padre
vendiendo la ropa que compraba en los mercadillos, pero por qué no me lo decía.
No había nada de deshonesto o deshonroso en vivir de vender ropa usada. Desde
luego no era el proyecto que tenía mi madre para nosotros, ni tampoco tenía
nada que ver con los sueños de montar una sastrería de corte y confección que
tenía mi madre.
Mis tías
contactaron conmigo. Estaban al tanto de los cambios de humor de mi hermana y
de los problemas que había dado en el instituto. Quedé con ellas a comer y
tuvimos una larga charla para ponernos al día. Que las hermanas de mi madre no
pudieran ir a casa era algo que no entendía. Era otro de los temas tabú. Traté
de preguntarle un día a mi padre, pero no solo no me dio una respuesta, sino
que se cerró más en banda y los pocos avances que habíamos hecho en nuestra
comunicación se echaron a perder. Mis tías tampoco parecían ser muy claras en
sus argumentos. Es decir, hablar hablaban mucho pero el tema de papá lo
esquivaban o lo tocaban con desgana. Prometieron intentar acercarse a mi
hermana, no obstante garantía de éxito no tenían, Sara no estaba receptiva con
nadie. A pesar de todo se lo agradecí y casi que las compadecí, la última
habilidad de mi hermana era sacar de quicio a todo el que se la acercaba. Solo
mi padre lograba que le hablara sin exaltarse, sería porque no se dirigía
apenas a ella·.