MIS HISTORIAS

Mis historias

DESDE MI VENTANA/ DICIEMBRE

EN SENTIDO INVERSO DEL FINAL AL PRINCIPIO, TODA LA HISTORIA

jueves, 23 de febrero de 2017

DICIEMBRE 14

"Mi padre salía todos los días de madrugada y volvía por la noche, casi siempre, tarde. Seguía sin contarme en qué actividad estaba metido y yo seguía sin tener a nadie a quien contarle lo complicado que se me hacía sostener el equilibrio de aquella casa. Mi única información consistía en que recogía ropa de segunda mano, pero lo que hacía con ella era un auténtico misterio. No tenía idea de que el negocio de la segunda mano diera dinero para pagar los gastos, aunque lo cierto es que mi asignación mensual para comprar comida y otras necesidades, así como las facturas de rigor se iban cubriendo. Me imaginaba a mi padre vendiendo la ropa que compraba en los mercadillos, pero por qué no me lo decía. No había nada de deshonesto o deshonroso en vivir de vender ropa usada. Desde luego no era el proyecto que tenía mi madre para nosotros, ni tampoco tenía nada que ver con los sueños de montar una sastrería de corte y confección que tenía mi madre.

Mis tías contactaron conmigo. Estaban al tanto de los cambios de humor de mi hermana y de los problemas que había dado en el instituto. Quedé con ellas a comer y tuvimos una larga charla para ponernos al día. Que las hermanas de mi madre no pudieran ir a casa era algo que no entendía. Era otro de los temas tabú. Traté de preguntarle un día a mi padre, pero no solo no me dio una respuesta, sino que se cerró más en banda y los pocos avances que habíamos hecho en nuestra comunicación se echaron a perder. Mis tías tampoco parecían ser muy claras en sus argumentos. Es decir, hablar hablaban mucho pero el tema de papá lo esquivaban o lo tocaban con desgana. Prometieron intentar acercarse a mi hermana, no obstante garantía de éxito no tenían, Sara no estaba receptiva con nadie. A pesar de todo se lo agradecí y casi que las compadecí, la última habilidad de mi hermana era sacar de quicio a todo el que se la acercaba. Solo mi padre lograba que le hablara sin exaltarse, sería porque no se dirigía apenas a ella·. 

martes, 21 de febrero de 2017

DICIEMBRE 13

"Comencé a buscar en internet ayuda para entender a mi hermana. Siempre había oído decir que las mujeres eran muy variables e inestables. Quería saber si era un estúpido cliché o tenía algo de verdad. Recordaba a mi madre, toda ternura a la par que decidida y constante. Nunca me pareció una persona desequilibrada o ambivalente. Tenía las ideas muy claras y sabía imponer su autoridad sin levantar la voz. Cariñosa y firme a la vez. ¡Cuánto añoraba su cálida y firme presencia! Mi madre era mi hogar y me tocaba a mí reemplazarla. Tarea imposible.

Síndrome de la veleta, encontré en una página web de pretendido rigor científico. Era increíble, describía a mi hermana a la perfección. Ciclotimia era el nombre técnico que le daban. No sabía qué hacer con esa información, seguía sintiéndome impotente ante la alternancia de profunda tristeza y la exaltación, aparentemente injustificada, con que nos obsequiaba Sara día a día. La verdad es que me destrozaba verla caer, prefería sus euforias y sus alocadas risas. Esas risas que antes me crispaban porque parecían extravagancias de chiquilla descontrolada  resultaban ahora un auténtico descanso. La opción de buscar ayuda profesional no existía, así que decidí hacer un curso intensivo vía internet. Todos los días leía artículos de psicología, tomaba apuntes, anotaba sus reacciones, reflexionaba sobre mis respuestas más adecuadas… Por ensayo y error fui aprendiendo a manejarla. No fue tarea fácil". 


lunes, 20 de febrero de 2017

DICIEMBRE 12

"Me tomé en serio mi papel de jefe de la casa. A Sara no pareció gustarle -menuda novedad-, no obstante, a regañadientes o no, terminaba haciendo lo que le correspondía. Todo había que negociarlo, pero finalmente conseguía que se responsabilizara al menos de sí misma. En el fondo, mi hermana se sentía segura con mi presencia. Alguien tenía que hacer de adulto en la familia. Me armé de valor para decirle a mi padre que él también tenía que aportar su parte. Torció el gesto contrariado. Pensé que se iba a arrepentir de haberme dado autoridad, sin embargo, asumió que todos teníamos que colaborar. Tanto tirar de ellos me desgastaba. ¿Quién me mandaría asumir tanta responsabilidad?
En realidad, no solo no me apetecía nada, sino que, a veces, sentía tanta presión en el pecho que me llegaba a perder la consciencia. Uno de esos días caí de bruces al suelo. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero al despertar, la desazón y la nostalgia se apoderaron de mi, más que vulnerable, ánimo. Deseé con todas mis fuerzas volver a ser el niño despreocupado cuya máxima ilusión era que llegara el viernes para ir al cine. Recorrer de nuevo aquél camino   -allá a las afueras del pueblo-, atravesar senderos, cruzar el bosque, mojarme bajo la lluvia, echar carreras con mi hermana, pelearnos por el bocadillo, reir..."

domingo, 19 de febrero de 2017

DICIEMBRE 11

"En principio, el final de las clases supuso un relax. Empezaba a cansarme que todo el mundo me utilizara de nexo para tratar con mi hermana. Ya no hacía caso ni a sus amigas y conmigo no iba mejor la cosa. Me miraba con recelo como si yo tuviera la culpa de todos sus males. Sabía que discutir con papá era como hablar con la pared así que cargaba su ira cada vez más descontrolada sobre mí. Decidí tomar ejemplo de mi padre. Comencé a ignorarla cuando entraba en crisis y al final pasaba sus rabietas sola en el salón hasta que se diluían y desaparecían entre pequeños hipos debilitados por la impotencia. La observaba desde mi cuarto y hasta que no se calmaba yo no podía relajarme. Su tristeza no me era indiferente.

Papá empezó a darme una asignación y me nombró, sin nombrarme, gestor de la vida familiar. Se sentó frente a mí y me dijo muy seriamente que había que distribuir tareas y que si él se dedicaba al negocio yo tendría que poner orden en casa y ocuparme de que Sara cumpliera con su parte. Y qué crees que he hecho hasta ahora, me dio ganas de contestarle. Me quedé con las ganas de preguntarle por el negocio al que se refería. Como no era de sonreír, al menos desde que desapareció mamá de nuestras vidas, me dijo manteniendo el gesto adusto que estaba orgulloso de mí y que entendía que nada de lo que estaba pasando me resultara fácil. Contrariamente a lo que pueda parecer sentí que su voz me reconfortaba. No había muchas palabras de aliento, pero en su escueto discurso sentí la presencia de mi padre, para mí hasta entonces, casi tan ausente como mi madre. Cuando yo sea padre, pensé, abrazaré a mis hijos hasta sacarles el aire para que tengan la certeza de que nunca les dejaré solos. Tenía tantas ganas de que mi padre me abrazará. Papá, le dije casi en un susurro, no te preocupes por Sara, yo me ocuparé de ella. No sonrió, pero me pareció ver un asomo de alivio en su mirada cansada".

sábado, 18 de febrero de 2017

DICIEMBRE 10

"Ni en el acto académico de final de curso ni en tantas otras ocasiones en la que fue requerida su presencia en el colegio asomó su templada y fría cabeza mi padre. Era como ser huérfanos de padre y madre. Sara había empezado a dar problemas en el colegio, pero la profesora se cansó de solicitar una entrevista con mi padre. Al final la directora se conformó con hablar conmigo. Yo no le resolví gran cosa. Opté por guardar silencio y responder con monosílabos ante la insistencia de la directora. Me daban ganas de reír, por no decir llorar, que si la niña se ausenta de las clases y no interactúa ni con profesores ni con alumnos, que si ha bajado su rendimiento, que si muestra indiferencia ante amonestaciones y observaciones de la profesora, que si cuando se la presiona monta en cólera y sale corriendo de clase… que me iba a decir a mí la “señora” directora. Era más de lo mismo. Era la Sara de los últimos tiempos. Esa realidad que parecía no afectarla la vino de golpe y le dio en mitad de su estabilizada y protegida vida de niña mimada. Esa facilidad -aparente- para protegerse del dolor de haber perdido a mamá se esfumó como por encanto. Pobre Sara".

miércoles, 15 de febrero de 2017

DICIEMBRE 09

“Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor” Si, si, qué más quisiera yo, ni calor, ni trigo, ni flores… maldito pueblo el nuestro. Cuando leí este poema en el colegio me puse de mal humor. Tanta alegría y tanto optimismo rezumaban esos versos que me daba hasta coraje. Mayo ya corrido y aún seguíamos con el chaquetón raído y la gorra tapándonos las orejas. Apenas llevábamos unas semanas con el deshielo. En casa el frío que más daño hacía no era el del termómetro sino el que imponía mi padre con su indiferencia. Pasaba horas encerrado en la cocina, a la que convirtió en su despacho y espacio personal. Mi hermana y yo pasábamos las horas muertas en el salón solos. Veíamos la televisión hasta las tantas y nos marchábamos a la cama medio adormilados todos los días.

Cuando Sara se ponía nostálgica no había quien la aguantara. Normalmente era la alegría de la huerta, pero de repente, especialmente los sábados, amanecía con los ojos tristes y con el gesto torcido mutando entre llorosa y rabiosa. La pérdida de mamá le había afectado profundamente, pero en su empeño por no dejar aflorar la pena y la angustia, estaba creando un ser paralelo en su interior que pugnaba por salir y, a veces, se asomaba en forma de enfado lloroso de niña mimada que no sabe lo que quiere. Mi padre no soportaba estos cambios de humor y maldecía la adolescencia que, según él, estaba cambiando el carácter de mi hermana".

martes, 14 de febrero de 2017

DICIEMBRE 08

"Un día llamaron a la puerta y una señora con cara de pocos amigos acompañada de un tipo muy serio y trajeado nos dijo tras la puerta que era urgente hablar con nuestros padres. Al principio pensé que sería una de esas que van por las casas ofreciendo excelentes condiciones de pólizas de seguros o algo así. La tercera vez que volvió amenazó con llamar a las autoridades si ningún adulto abría la puerta y hablaba con ella. Cumplió su promesa. Tres días después estaba de nuevo en la puerta, esta vez acompañada de dos policías, o al menos eso parecían. Esta vez papá estaba en casa y abrió la puerta con muy malos modos exigiendo una explicación por su insistente modo de llamar al timbre y las voces tras la puerta en tono de amenaza. La señora plegó velas cuando vio el rostro enfadado de mi padre, pero mantuvo el tipo y dio la vuelta a la conversación siendo ella la que terminó pidiendo explicaciones del porqué dos menores pasaban tantas horas solos en casa. Mi padre no se amedrentó, con mucha calma, pero sin perder el aplomo, explicó a la mujer que su trabajo le llevaba muchas horas pero que la situación iba a cambiar en breve. Expuso sus razones, le mostró papeles y los argumentos que esgrimió debieron ser convincentes porque el rostro de la buena señora fue mutando hasta reflejar lo que parecía ser una sonrisa y finalmente se marchó apaciguada seguida de sus escoltas, no sin asegurar que en dos semanas volvería para asegurarse de que todo iba en orden. Al cerrar la puerta papá dijo entre dientes que algún vecino se había ido de la lengua. Nosotros no osamos preguntarle lo que estaba pasando, pero a mí me pareció bastante obvio mientras que mi hermana que, como siempre, vivía en las nubes, preguntaba, entre hipos, que qué era lo que quería esa gente. Vete a hacer tus tareas, le dije, y no pude evitar acompañar a mis palabras con un poco de rabia y resentimiento. Un buen día me iba a sentar frente a ella y a decirle claramente en qué consistía nuestra vida desde que mamá nos dejó".


DICIEMBRE 07

"Lo peor de todo era tener que disimular ante Sara. Le contaba que papá trabajaba duro para sacarnos adelante y que estaba montando algo grande que aún no nos podía contar. En definitiva, mi padre, para mi hermana, era un hombre honorable y sufriente que luchaba para que a sus hijos no les faltara de nada. Mientras tanto yo le compraba a mi hermana las cosas que me pedía para el cole y algún trapito que otro con la ayuda de mis abuelos y mis tías, a los que yo acudía a pedir dinero a escondidas de mi padre.

Sara no quería abrir los ojos y yo empezaba a cansarme. Sus caprichos eran cada vez más insostenibles y sus preguntas acerca de papá comenzaban a saturarme. No tenía más mentiras que inventar. Me había quedado sin argumentos y sin ánimo para seguir rellenando su mente infantil. Hacíamos solos las tareas y, a veces, nos acostábamos sin que hubiera llegado a casa mi padre. El rol de hermano mayor responsable pesaba sobre mi como una losa. Mi adolescencia pugnaba irascible por salir y a veces tenía verdaderas ganas de gritar y mandarlo todo lejos, muy muy lejos". 


domingo, 12 de febrero de 2017

DICIEMBRE 06

"Las hermanas de mamá venían a vernos cada vez con menos frecuencia hasta que dejaron de aparecer por casa. Sara y yo protestábamos por la ausencia, para nosotros inexplicable, de nuestras tías, pero la queja caía en saco roto. Mi padre se centró en su nueva empresa. Iba con una camioneta de pueblo en pueblo recogiendo ropa usada que la gente le daba a cambio de unas monedas. No podíamos caer más bajo pensaba con un nudo en el estómago. La vergüenza me provocaba nauseas cuando algún compañero del colegio me preguntaba por el trabajo de mi padre.

Los días y las semanas se me hacían largos y difícil de soportar. No veía el momento de que acabara el curso para poder ir al instituto que, afortunadamente, estaba a más de treinta kilómetros de casa. La perspectiva de que no me conociera nadie me relajaba y hacía más llevadera mi penosa existencia". 


viernes, 10 de febrero de 2017

DICIEMBRE 05

"El cambio de mi padre sorprendió a todos. Dejó el camión de la fruta, con el que hacía el reparto por todos los pueblos de alrededor, oficio que continuó al de conductor de camión de mudanza después de que le despidieran por negligencia pues le responsabilizaron de la avería que tuvo aquel, desde pequeño siempre pensé, fatídico día en que conoció a mi madre. Cerró el taller de costura que con tanto esfuerzo y empeño había montado para mamá. La respuesta de mi padre ante la adversidad no presagiaba nada bueno. No hablaba ni reparaba apenas en nuestra presencia. Ciertamente ya no éramos unos críos. Sara estaba a punto de cumplir los diez y yo tenía los doce recién cumplidos. Papá dio por hecho que no necesitábamos que un adulto estuviera pendiente de nosotros. Crecimos de golpe". 


jueves, 9 de febrero de 2017

DICIEMBRE 04

"Los días transcurrían sin pena ni gloria. Volvimos al colegio después de una semana sin aparecer por allí. La profesora nos recibió con cara de circunstancias, creo que no sabía si reír o llorar. No tenía claro si darnos el pésame o hacer como si no pasara nada y minimizar el problema. Optó por lo segundo. Años después nos dijo que se le rompió el corazón al vernos entrar por la puerta.

Ir al colegio fue un alivio al principio. Pero volvió a ser tedioso y penoso como lo había sido antes de lo de mamá. La profe era todo lo dulce que cabía esperar en una maestra que tenía más de abuela que de profesora, pero el profesor que nos daba las mates y las ciencias era un espanto de hombre. No puede decirse que fuera malo, pero era tan desastroso como quejica y se pasaba la clase buscando los papeles que perdía y regañándonos porque no nos enterábamos de los problemas que nunca explicaba. Sus listas de tareas eran interminables y no hacerlas no era una opción".


martes, 7 de febrero de 2017

DICIEMBRE 03

"Nunca regresó del hospital. Después de aquel terrible día en el que vimos como una ambulancia se tragaba a mamá pasaron días y luego semanas en las que nos llegaban noticias de que nuestra madre se estaba poniendo buena. Mi hermano y yo insistíamos en que queríamos ir a verla, pero había mil y un argumentos para impedirnos ir al hospital. Mi padre hablaba poco y un “los niños no van a los hospitales” era suficiente para que no volviéramos a rechistar. Sin embargo, cuando venía la tía Loli la mareábamos hasta la extenuación para convencerla de que nos llevara con ella a ver a mamá. Y un nefasto día llegó papá con los ojos rojos en una mirada perdida y un gesto sombrío, hasta entonces desconocido para mi hermana y para mí. 


Cada día, al regreso del cole, comíamos todos juntos. Era como un ritual. Se dejaba absolutamente todo y nos sentábamos a la mesa tras el beso de llegada a casa y el “lavaos las manos que estamos comiendo en diez minutos”. Eran otros tiempos. Mamá era la que gobernaba la casa, papá se dejaba hacer. Con mi hermana y conmigo era serio y autoritario, pero con mamá se transformaba en un ser dócil y servicial. Quedarnos solos con mi padre fue un duro golpe por partida doble. Perdíamos al ángel y nos quedábamos a cargo del tirano. Cuando tía Loli nos abrazó llorando y nos dijo que mamá había dejado de sufrir, no necesité escuchar más. Salí corriendo y no aparecí hasta que se me agotaron las lágrimas".