"Mi amiga Alicia
me mandaba correos electrónicos semanales en los que me explicaba, en forma de
carta al más puro estilo tradicional, todo lo que la pasaba durante toda la
semana. Era tan reconfortante que lo esperaba con el anhelo de un enamorado. No
fallaba. Con la puntualidad de un reloj suizo, mi amiga enviaba su informe
antes de las nueve de la mañana de todos los lunes desde que se marchó a
terminar sus estudios por Europa. No dejaba de recordarme que a EE.UU. no
pensaba irse sola. Yo era feliz allí en mi cuarto: tenía a Juan, que a su
manera, llenaba mis vacíos emocionales más íntimos, mantenía mi preciosa
amistad con el poeta Barrios, disfrutaba de un trabajo remunerado que me
satisfacía plenamente, mi familia era un importante soporte moral y físico para
mí y también la tenía a ella. ¿Por qué había que pedirle más a la vida? Incluso
llegué a convencerme que no conformarme con todo lo que tenía en la vida era
una auténtica osadía y que el universo podría volver a castigarme, como ya hizo
cuando no supe ser feliz, allá por mi estúpida adolescencia rebelde, caprichosa
e ingrata.
Llamaron a la
puerta y mamá abrió. Su expresión de júbilo al principio me despistó. ¿Quién
podía causar tanto entusiasmo en mi madre? Era Pablo Barrios. No me lo podía
creer había vuelto de Tokio y no me lo había dicho, ¡pero si conversábamos vía
Skype casi todas las semanas! Es más, me había contado en su última conexión
que tenía suficientes poemas para publicar otro libro. Me mandó incluso un
archivo con todas ellos para que le ayudara a organizarlos y a establecer un
criterio para su clasificación. Me había dedicado uno de los poemas. Era un
hermoso cántico a la amistad con un magistral toque melancólico y, lo que más
ilusión me hizo fue que acompañaba al poema con una ilustración bellísima. Allí
estaba, en el salón de mi casa, esperándome. Bajé a verle emocionada, aunque en
un primer momento fingí estar molesta. ¿Qué clase de amigo eres? ¿Cómo es que
te presentas aquí sin anunciar tu llegada? Dije atropelladamente intentando
impedir que hablara antes de que acabaran mis reproches. Pretendía
sorprenderte, dijo por fin. ¡Vaya! Ya lo creo que me has sorprendido mal amigo,
ni siquiera me dio tiempo a arreglarme para recibirte adecuadamente, bromeé. Me
sorprendí feliz de tenerle allí delante".