"Tres largos meses pasaron hasta que llegó un “¿sigues
ahí?”. Lloré no sé si de amargura o de alegría. Una tormenta de emociones me
inundó hasta darme escalofrío. ¿Sigues ahí?, repitió, y yo no supe que contestar. Por un lado me
moría de ganas de decirle ¿dónde demonios has estado?, ¿qué pasó?, ¿crees que
puedes aparecer y desaparecer de mi vida cuando te dé la gana?... y mil
reproches más, a la vez quería decirle, ¡me moría de ganas de saber de ti! o,
tu mensaje me ha devuelto del letargo en
el que me había sumido tras tu silencio… Nada de eso podía decirle. Tenía que
medir bien mis palabras. No podía perderle. No, no podía. Hola, le contesté, y
callé. Ansiaba su respuesta, sin embargo, no me valía cualquier respuesta.
¿Cómo podría compensar el daño que me había causado su silencio? ¿Sabría él
acaso lo que había supuesto para mí su entrada en mi vida? De una forma natural
y sin ambages me contestó con un he
estado de viaje, extremadamente ocupado y lo que me dijiste era tan impactante
que necesitaba meditar antes de hablar contigo. No sabía si agradecerle
tanta sinceridad o maldecirle por no tener más mano izquierda. Sin embargo,
sentí una oleada de alivio. Puede que ya no habría esa promesa de romanticismo
que empezaba a nacer de nuestra relación pero sentí que, al menos, no había
perdido al amigo. Y eso me bastaba. Tenía que bastarme. What else? que diría George Clooney, ¿qué más podía esperar?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario