"Adela y yo hemos ido
a tal sitio, hemos hecho no sé qué cosa, hemos entrenado no sé cuánto tiempo… ¿qué
demonios me interesaba a mí todo eso?
¡Qué bien!, contestaba yo, ¿qué otra cosa podía decir? Se les veía muy
divertidos en sus fotos del face. Decidí ausentarme de las redes. Comencé a
escribir mis historias en un blog. Era más impersonal y menos comprometido. Es
más difícil que te dejen comentarios en un blog y, por supuesto, no es la
plataforma para hacer contactos ni amigos. O sea, era perfecto, podía escribir
pero sin ser molestada. Aunque tampoco recibía el imput de los likes. No
hay nada perfecto.
Volví a visitar mi Facebook,
la desazón por saber de él me reconcomía. ¡Qué dolor! No saber nada era tan
hiriente que prefería el sufrimiento de su felicidad con Adela al silencio.
Había varios mensajes por privado. Varios no, muchos. El primero era, ayer
estuvimos en el cine, como no hubo respuesta todos los demás fueron, hola,
hola, hola, estás ahí?... Sentí cierto
consuelo al percibir una especie de ansiedad, o de inquietud al menos, en su
insistencia. Estoy aquí, contesté, todo bien? Continué. Quiero verte, fue su
respuesta. Entré en pánico. ¿Verme? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?
Pensé mientras se me amontonaban las ideas en la cabeza. No, fue lo único que
le dije".
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