"Siguió escribiendo. Sus mensajes eran cada vez más largos
y personales. Cada vez intentaba saber más de mí. ¡Dios mío! Qué iba a decirle,
que la musa de sus sueños, como así empezó a llamarme, era la prolongación de
una silla de ruedas que no pisaba la calle desde niña, que era la persona menos
interesante y sugerente del planeta… ¿qué podía decirle? Si le decía la verdad
le perdería y si le mentía, me perdería a mí.
Las encrucijadas de Daniela no tienen fin. Su angustia es la mía. Su lamento el de
muchos. Decir la verdad y perder el rayo de esperanza que te acaba de regalar
la vida o mentir y mantener una falacia convirtiéndote en un fraude que más temprano
que tarde romperá una felicidad efímera
que apenas se sostiene en los hilos quebradizos de la mentira y el engaño.
Me sentía atrapada. ¡Qué injusta la vida! ¡Qué poco me
iba a durar el alma gemela que acababa de encontrar! No fue una decisión tomada
con cautela ni frialdad. Me brotó espontáneamente. Ela es una chica joven
cargada de ilusión y que vive la vida apasionadamente desde su urna de cristal,
encerrada en un cuarto y atada a una silla de ruedas. Esas fueron mis palabras,
tecleadas con una parsimonia dolorosa y con lágrimas en los ojos. Sabía que
sonaba duro. Sabía que podía perder la voz de aliento de mi nuevo amigo. Un
amigo que me llegó como del espacio y al espacio iba a regresar, sin remisión,
por la crudeza que transmitía mi verdad.
Un amigo que era lo más parecido que había tenido a una relación romántica,
aunque, para ser sincera, nunca lo fue pues jamás hubo palabras de amor. No
contestó".
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