Tan bochornoso fue el episodio de la visita de Juan que
me dejó bloqueada durante semanas. Ni trabajo, ni lectura, ni ordenador… solo
silencio. El silencio y mi ventana. Llena de vida e insultantemente hermosa llegó
mi amiga Alicia. Meses hacía que no la veía. Me contó innumerables historias,
batallitas, anécdotas… Había conocido a muchísima gente nueva. Se había
enfrentado a situaciones increíbles y superado dificultades y tareas que en
otro tiempo le habrían parecido insalvables. Estaba radiante. Había cambiado
una barbaridad. Su presencia llenaba de luz y alegría mi cuarto. Charlamos y
charlamos hasta la extenuación. ¡Qué gusto me daba escucharla! Lo más triste de
la visita de mi amiga es que se marchaba una vez más al extranjero y no
volvería hasta pasado el verano. Seis meses en Copenhague, otros seis en Múnich
y el verano a trabajar a Cambridge donde compartiría piso con Angelina, una
vieja amiga de colegio. No me lo podía creer, era Angelina la plasta, como la llamábamos de pequeñas,
la que compartiría sueños y aventuras con mi amiga y no yo. Tantos planes me
abrumaban como si fuera una carga que tuviera que llevar yo sobre mis hombros. Antes
de marcharse se giró y sonriendo ampliamente me dijo sin darle demasiada
importancia, mi próximo proyecto eres tú, vete preparando. No entiendo, dije
con indiferencia. Este año acabo doctorado y el que viene me marcho a New
Jersey. Ah, muy bien, le dije, ¿y? Cómo que ¿y?, respondió algo molesta. ¿Es
que no te acuerdas cual era nuestro sueño cuando éramos pequeñas? Hace mucho de
eso, contesté quitándole toda la intención que pude.
¡La universidad de Princeton!, exclamó casi en un grito. Prometimos que iríamos juntas a terminar nuestros estudios a la universidad más prestigiosa de Estados Unidos. Ya, y también queríamos ser bailarinas y recorrer el mundo en bicicleta, le contesté amargamente. Querida amiga, digo obviando mi tristeza, vendré a por ti y dejaremos con la boca abierta a los americanos. Ya hemos terminados nuestros estudios, dije, con el peso aplastante de la lógica. Haremos el curso de fotografía e imagen que tanto deseábamos. Viviremos de nuestro trabajo y disfrutaremos de nuestra ilusión de la infancia. Nadie nos lo arrebatará, con nuestro curriculum entraremos en la universidad sin problema. No quiero excusas. Te doy un año".
¡La universidad de Princeton!, exclamó casi en un grito. Prometimos que iríamos juntas a terminar nuestros estudios a la universidad más prestigiosa de Estados Unidos. Ya, y también queríamos ser bailarinas y recorrer el mundo en bicicleta, le contesté amargamente. Querida amiga, digo obviando mi tristeza, vendré a por ti y dejaremos con la boca abierta a los americanos. Ya hemos terminados nuestros estudios, dije, con el peso aplastante de la lógica. Haremos el curso de fotografía e imagen que tanto deseábamos. Viviremos de nuestro trabajo y disfrutaremos de nuestra ilusión de la infancia. Nadie nos lo arrebatará, con nuestro curriculum entraremos en la universidad sin problema. No quiero excusas. Te doy un año".