"Felicité a mi hermana, pero rehusé su invitación de
cenar juntos para celebrarlo. Mi padre parecía sufrir con mi nueva postura ante
la vida. En el fondo de mi corazón experimentaba placer con su pesar; para
variar, parecía responsabilizarse de mi tristeza. Creo que se sentía culpable
por no haberme podido servir de soporte y de guía. Me observaba con impotencia y
formulaba frases de ánimo sin mucho convencimiento. La verdad es que como padre
ya llegaba un poco tarde. No le guardaba rencor. Es todo cuanto podía hacer por
él, liberarle de la culpa. Sin pensarlo mucho, preparé una maleta con lo
imprescindible y busqué mis ahorros -que no eran muchos. Salí de mi cuarto
decidido a buscar una respuesta donde fuera necesario. Una cosa tenía clara, en
casa no estaba la solución a mi angustia vital".
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