"Me fui a hacer las américas. Pero mi aventura no era
la de aquellos pobres colonos que iban con la maleta cargada de esperanza, rota
casi desde el primer momento de desembarcar. Con la dirección de mi amigo Isaac
en el bolsillo dirigí mis pasos hacia la mítica, al menos en mi febril mente de
adolescente, Nueva York. Ni siquiera me había despedido de Juancho. Dejó en mi
buzón de voz decenas de llamadas perdidas y no pocos mensajes de voz. Me instaba
a reaccionar y a hacer un último esfuerzo por terminar el curso. Con el
bachiller en la mano tendrás más opciones. No te cierres puertas por una
insensatez, me decía. Ninguno de sus mensajes los escuché hasta que monté en el
avión, camino de una nueva etapa que, a decir verdad, no tenía ni la menor idea
de en qué iba a consistir. En cualquier caso, mi amigo no se había merecido mi
indiferencia aun cuando formaba parte de la crisis que desencadenó la
desafortunada decisión de dejar el instituto en la víspera de los exámenes
finales y que terminó dejándome sin el título de bachiller".
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