"Desde el viaje a la sierra con Juancho y mi hermana,
se había fortalecido su relación perdiendo intensidad y complicidad la nuestra.
El periódico era cada vez más una carga porque Juancho apenas pasaba por la
redacción y terminé asumiendo su trabajo y el mío. Mi cumpleaños lo pasé solo,
quedándose los planes que teníamos de ir a esquiar sustituidos por un
compromiso de última hora que le surgió con un viejo amigo de su anterior
colegio. Descubrí con desgana que había puesto todas mis esperanzas en la
amistad con Juancho. Llegó a mi vida en un momento convulso donde la fuerza, la
energía y el apoyo generoso e incondicional de un nuevo amigo eran el maná que
me sacó de la terrible hambruna emocional en la que me encontraba. Aquel viaje
frustrado a Nueva York, tras haber sido invitado por la familia de Isaac a
acompañarles, mi rabia por la falta de responsabilidad y de cariño de mi padre,
mi agobio por la pesadilla en la que estaba envuelta mi hermana que no sabía
salir de la tribu urbana que la acosaba y anulaba, la presencia de la mala
malísima del cuento en la casa en la que en otro tiempo llamé hogar… tanto y
tanto había superado solo con el coraje y esfuerzo de un niño que había perdido
a su madre y, casi en cadena, se había quedado despojado de todo lo que suponía
el confort y la seguridad de una familia unida y feliz (aun con sus carencias, defectos
y debilidades). Sí, me había agarrado a mi nuevo amigo como a una tabla de
salvación. Juancho apareció como de la nada y llenó mi espacio de la calidez,
confianza y certeza que daban sentido al sin sentido en el que me movía desde
hacía tiempo como en un bucle".
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