"Apenas pude dormir en toda la noche. Tenía tanta
actividad en el cerebro que no me dejaba parar quieto. Me levanté de madrugada
a revisar las pocas notas que había sacado de las cartas de Isaac y a estudiar el
mapa que obtuve en el aeropuerto gracias a la generosidad de un tipo que
parecía más british que americano y
que, viéndome tan despistado como iba, me regaló un mapa que sacó de un impecable
maletín de piel. “Here you are”, dijo, y
se marchó con un último y consolador “Good luck, guy”. Inspeccioné el sobre una
y otra vez. El remite estaba borroso y el sobre muy arrugado. La diferencia
entre las películas que uno se monta en la cabeza y la realidad es abismal.
Estaba en mitad de una ciudad que superaba todas mis expectativas, apenas sin
dinero y sin tener muy claro a donde ir. Me armé de valor y queriéndome dar
ánimos a mí mismo, tomé aire y me aseguré que en unas horas estaría en la
puerta de la casa de mi amigo. Cuanto que amaneció tome un café que me supo más
a agua sucia que a café, di las gracias a la casera y me marché".
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