"Mi padre no puso ninguna objeción a mi intención de
marcharme, se diría incluso que le supuso un alivio. Mi hermana lloró
desconsolada; pero, dándome su pequeño monedero de poliéster que le había regalado
mamá cuando hizo su primera comunión, me abrazó y me besó como la chiquilla
dulce y cariñosa que recordaba de mi infancia. Me deseó toda la suerte del
mundo entre sollozos y protestas. Saboreé el cariño de mi hermana como un dulce
de navidad. Había algo de reconfortante en la partida. Pude irme antes, cuando
mi hogar estaba destrozado, pero no habría sido feliz. Miré a mi recién
recuperado padre y me alegré por mi hermana. Pero a mí me tocaba mover ficha y
sentía como una llamada la necesidad imperiosa de dejar mi casa. Papá también
me dio algo de dinero y así, con unos billetes en el bolsillo y una corazonada
en la mochila, salí de casa y por primera vez en mucho tiempo, sonreí".
No hay comentarios:
Publicar un comentario