"Representábamos
distintos tipos de obras, desde cómicas, románticas e intrigantes a filosóficas
y trágicas. “Historia de una escalera” era una de mis favoritas, pero la que
tuvo más aceptación entre el público fue “La ratonera” de Agatha Christie. Yo
representaba a un personaje algo pueril y peculiar, que no entendí bien al
principio, pero que, una vez comprendido, me resultó desafiante y liberador. Nuestro
director tenía bien estudiados los destinatarios de nuestro trabajo. Pocas
veces no recibían con agrado nuestras representaciones. Todos los miembros de
la compañía representábamos papeles muy diferentes en cada obra. Igual
asumíamos el papel principal que hacíamos uno nada relevante. A Roddy no le
gustaba que nos acomodáramos a un tipo de personaje. Insistía en la importancia
de no encasillarse. Por otra parte, para él, era fundamental mantener la
cohesión del grupo y evitar que nadie se sintiera imprescindible. A mí me daba
igual hacer de anciano cascarrabias que de joven inseguro y quejica. Meterme en
la piel de un personaje y perderme en su historia eran suficiente recompensa".
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