"El encuentro
con toda la compañía de teatro se produjo a las siete de la mañana. No hace
falta decir que las conversaciones eran escasas y monosilábicas. Algunos
teníamos los ojos pegados. Montamos en los coches casi sin mediar palabra. Nunca
me gustó madrugar. Lo que peor llevaba de ir al instituto era el madrugón diario. Todos los días tenía
que coger el autobús a las siete y media para estar en clase veinte minutos
después. Me ponía el despertador a las cinco y media para despertar a mi
hermana, preparar el desayuno y dejar organizada la comida y otros temas de
casa. Llevábamos un par de semanas sin clases; además, llevaba ya días sin
ocuparme de mi familia, sin tener mil cosas que hacer todos los días -incluidos
domingos y festivos-. Parecía que llevaba siglos sin tener sobre mis hombros el
peso del mundo. De repente madrugar un poco me parecía una carga pesada y
fastidiosa. Qué curioso. Estar en casa y asumir todas las tareas, prácticamente
sin ayuda, me parecía que formaba parte de otra vida. Una vida muy muy lejana".
No hay comentarios:
Publicar un comentario