"Apareció a
los pocos minutos. Creí ver que me hacía un gesto y me acerqué. No tenía a
quien contarle lo que le ardía en el pecho y optó por compartirlo conmigo. Nos
apartamos del grupo unos metros. No sabía si llorar o reír. Con los ojos
desencajados y sin vocalizar con claridad me dijo que sus padres tenían todo
dispuesto para volverse a Nueva York, la ciudad en la que nació y donde había
pasado su infancia. Al parecer, estaban esperando que regresara de su aventura
teatral veraniega para partir de inmediato a EEUU. Le comunicaban que ya estaba
todo listo para comenzar el nuevo curso en la ciudad que le vio nacer, a falta
de los últimos trámites de matriculación. Yo no sabía que decir. Le dejé
hablar, aunque a decir verdad decía poca cosa. Estaba desencajado. Reasumí de
golpe mi papel de amigo íntimo. Le cogí del hombro, le llevé a un bar del
pueblo a tomar unas cervezas y a dejarle que soltara todo lo que tenía dentro.
Eran las tantas de la madrugada cuando volvíamos al albergue donde los
compañeros de la compañía llevaban horas durmiendo".
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