"El instituto
me agobió desde el primer instante. Tantas ganas que tenía de salir del pueblo.
Tantas esperanzas que tenía en salir del agónico y fantasmagórico pueblo en el
que me crie y allí estaba en el insti
(en una gran ciudad, al menos comparada con mi minúsculo pueblo), deseando que pasara el tiempo sin más
pretensión que sobrevivir. No tenía especiales dificultades ni con los
profesores ni con los compañeros; siempre tuve facilidad para pasar
desapercibido, cosa que no siempre me agradaba, pero en el instituto pasar sin
ser visto era prácticamente un regalo. A pesar de todo no disfrutaba de mi nueva
etapa. Era como si me hubiese salido del guion y aquel no fuera mi sitio.
Me hice amigo íntimo de un chico enclenque y
larguirucho de pelo rojizo. Era judío y hablaba un castellano muy particular.
Se acercó a mí uno de los primeros días del curso al salir de las clases. Se me
cayeron los dichosos libros y me ayudó a recogerlos. Casi instantáneamente nos
enzarzamos en una conversación sobre los emigrantes y la Europa de la Comunidad
Europea. Sabía tanto sobre el asunto que me desbordaba. Más tarde supe que sabía
de ese tema y de muchos más; era una auténtica enciclopedia andante. Me
encantaba su forma de argumentar y sus reflexiones. Desde entonces se me pegó
como una lapa y yo estaba encantado. No sé por qué me cayó tan bien, tal vez
era porque le rechazaban todos en el instituto. Qué le vamos a hacer, me van
los casos difíciles".
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