"A Sara
parecía no gustarle mucho mi nuevo amigo. Le recibió con una espantosa cara
agria, que la afeaba sobremanera, el primer día que le llevé a casa. A mi padre
le resultó indiferente, que no era poco. Desde entonces, Isaac, que así se
llamaba mi amigo, frecuentó mi casa. Hacíamos trabajos juntos y charlábamos de
temas de sociedad y de política. Estos temas de conversación nos alejaban
brutalmente de los chavales de nuestra edad. Mi amigo tenía un coeficiente de
inteligencia superior a la media. Yo no sabía nada de mi coeficiente; tampoco
sabía muy bien qué diantres significaba y en qué consistía.
Cuando yo era
pequeño mamá siempre decía que era más listo
que un conejo. Isaac era ciertamente muy inteligente, así que su compañía
era además de interesante un auténtico reto para mí. A mi amigo le interesaban
mucho los libros, daba igual que fueran de literatura o densas obras ensayo en
busca de respuestas a preguntas universales o incluso a preguntas que nadie en
su sano juicio se haría. Siempre le encontraba leyendo, ya fuera en el
ordenador o sentado en un rincón enganchado a una revista de divulgación
científica. Yo necesitaba aportar mi propia identidad a esa relación así que
busqué entre mis intereses qué podía complementar a Isaac para que valorara mi
amistad. Probé con el deporte".
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