"Isaac y yo
nos embarcamos en una historia que no fue aprobada por sus padres y supongo que
por el mío tampoco, pero no lo tuve claro porque apenas hizo un gesto cuando se
lo conté. Abrieron al lado del instituto una academia de interpretación. Sin
abandonar nuestros entrenamientos semanales ni nuestras sesiones de gimnasio de
los sábados decidimos probar un nuevo campo, la interpretación. Lo cierto es
que no nos lo tomamos demasiado en serio, solo pensamos que podía ser
divertido. Acudíamos a la academia una vez a la semana. Sin apenas darme cuenta
los martes se convirtieron en mi día favorito. Las clases de interpretación las
llevaba un tipo estrafalario y dinámico que me cayó bien desde el primer
instante. Era todo muy espontáneo, sin reglas, sin cortapisas, sin agobios,
sólo un dejarse fluir y expresarse con la palabra y el cuerpo. Fue todo un
descubrimiento para mí. Era justo la antítesis de lo que ocurría en mi casa.
Allí todo era forzado, todo reglas, todo silencio y apatía y de sentimientos,
cero. Ir a la academia se convirtió en algo adictivo. Podía faltar a las clases
del insti o al gimnasio, pero las
sesiones locas del profesor Roddy no me las perdía bajo ningún concepto. Las
necesitaba".
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