"Isaac volvió
a buscarme para estudiar y trabajar juntos. Me enteré, y no por él, que lo
había dejado con su novieta; una chica que ni me presentó y a la que traía loca
porque un día la trataba como una princesa y al siguiente la evitaba sin
disimulo. A mi amigo le pasaba algo y a mí se me estaba escapando. No podía
lograr conectar con él. Esa relación que surgió casi sin intención, y que nos
convirtió prácticamente en hermanos, se había tornado inquietante, vana y
superficial. Lamentaba perderlo. Sin embargo, me resultaba imposible acortar la
desmesurada distancia que él y solo él había impuesto entre nosotros.
Cierto día
que estudiábamos juntos - juntos sí, pero sin la complicidad de otros tiempos-
comenzó a hablar como para sí. Parecía estar solo. No supe reaccionar. Su
monólogo era triste, monótono, incluso disperso. Iba de un asunto a otro y no
buscaba respuesta, era unidireccional. Mis padres, empezó diciendo, ellos no
comprenden… Imaginé que se refería a lo de marcharnos todo el verano con una
compañía de teatro -o de titiriteros, como dijo mi tía-. Después pasó a hablar
de los chicos del instituto que se burlaban de él. Pensaba que ya lo había
superado. De ahí saltó a nuestra amistad degradada. Ahí me puse en alerta. ¿Qué
iría a decir de nuestra relación que verdaderamente había perdido mucho de su
camaradería en el último trimestre? No terminaba de decir nada claro, seguía
saltando de un tema a otro y no concluía ningún argumento. Mírame a la cara y
cuéntame de una vez lo que quiera que te está rondando la cabeza, le solté, ya
sin miramientos, pues me empezaba a cansar la situación tan irreal y absurda
que estaba produciéndose".
No hay comentarios:
Publicar un comentario