Llegó
puntual, sobria y elegante. Desde luego si se habían criado en la pobreza o la
decadencia había superado aquella etapa. Era más joven que mi padre, de echo
debía ser una niña cuando mi padre abandonó su hogar paterno. Nos sentamos en
la cafetería del instituto y charlamos durante un rato largo sin entrar en
ningún tema delicado. Hablaba suave, pausado, con una seguridad y aplomo que la
hacían, si cabe más hermosa. No sé si había una historia de sobresaltos y
frustraciones en su vida, pero en su mirada no había rastro de odio ni de
rencor. ¿ Qué tenían en común mi introvertido y asocial padre con aquella dulce
criatura? Mientras la escuchaba me juré que tenía que conseguir que ese no
fuera el primer y último encuentro. Tenía tanta ansia por saber cosas de mi
familia que tenía que hacer un esfuerzo sobre humano por contenerme. No quería.
bajo ningún concepto, apabullarla y provocar que se marchara. Dejó de hablar.
Dijo tener prisa sin darme tiempo a réplica. Se marchó, no sin antes pedirme
una segunda entrevista. Claro, dije, sintiéndome muy pequeño y estúpido.
Acababa de darme cuenta de que no había abierto la boca en más de 45 minutos de
reloj. Quedamos para la semana siguiente. Esa vez iría preparado. Tenía que
preguntarle, que indagar… necesitaba respuestas.
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