"Mi nueva tía
venía a verme cada jueves al término de las clases. A veces venía sola y otras acompañada
de una gélida joven de melena castaña clara y mirada perdida. Por lo visto, era
mi prima. Parecía hija de mi padre. No transmitía nada.
Mi tía y yo hablábamos
durante una hora hasta que llegaba el autobús que me llevaba de regreso a casa.
Las primeras conversaciones fueron infructuosas. Yo quería saber y saber y sus
respuestas apenas me aclaraban mis dudas. Ante su sosegada actitud estaba mi
ansiosa necesidad, ya roto el hielo de los primeros contactos, irreprimible. Me
fui tranquilizando. Las charlas empezaron a fluir con más naturalidad y me hice
adicto a ellas. Deseaba con anhelo que llegaran los jueves. Por fin me dijo
claramente que mis abuelos vivían. Quise verlos".
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