"Mi hermana
protestaba incansablemente cada vez que Isaac venía a casa. Hacíamos caso omiso
a sus quejas. Aburrida de que la obviáramos, se encerraba en su cuarto y nos
obsequiaba con su silencio durante horas. De nada la servía pues Isaac pasaba
cada vez más tiempo en casa. En consecuencia, cada vez que venía mi amigo a
Sara se la tragaba la tierra. Solíamos
estudiar juntos y, con frecuencia, se quedaba a cenar. No escuchar los penosos
e insistentes lamentos de Sara era una de las razones por las que invitaba a
Isaac a trabajar en casa, pero el otro motivo era que su ayuda en física y
matemáticas era inestimable. Tenía una paciencia increíble e infinitos recursos
para explicar las mismas cosas que en clase parecían enigmas inexplorables. En
palabras de Isaac todo parecía más fácil. Solía decirme, ante mis constantes
lamentaciones por lo difícil que me resultaban las matemáticas, que el problema
no era yo sino el método que utilizaba el profesor para explicárnoslo. Aunque
no fuera cierto del todo, mi autoestima sufría un agradable impulso y llegué a
creerme que las mates se me daban
bien, pues explicado por mi amigo nada se me resistía".
No hay comentarios:
Publicar un comentario