"A mi tía
Elisa le pareció un poco peregrina la idea de irme de gira como los
“titiriteros” -así lo expresó ella-, pero sonrió levemente y me felicitó.
Supuso, y tenía razón, que no tendría dinero para moverme durante todo el
verano sin la paga de mi padre. Me ofreció su colaboración tanto económica como
la posibilidad de estar en contacto por si quería o necesitaba verla. Mi
orgullo siempre ha sido más grande que mi sentido común, así que rechacé su
ayuda económica, aunque acepté la posibilidad de contactar con ella si me
sentía solo o en problemas. No quiero irme sin conocer a mis abuelos, la solté
de golpe. Pareció sopesarlo durante unos segundos. La melancolía inicial con la
que se presentó el primer día que apareció en mi casa volvió a sus ojos. Se
levantó suavemente, me miró con indulgencia y se marchó dándome un apretón de
manos y un beso en la frente. Las cosas no son tan fáciles como parecen, dijo
justo antes de cerrar la puerta tras de sí. No volví a verla en mucho tiempo".
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