"Llegó mi
cumpleaños, vino Alicia a verme, algo
triste para ser precisos. Trajo consigo una tarta de galletas y
chocolate que había hecho con ayuda de su hermana pequeña. Elsa era una niña
rebelde, alegre, dinámica y valiente como pocas. Desde muy pequeña se le vio su
habilidad más que inusual en los deportes, especialmente en natación. Pronto se
convirtió en una campeona regional de apenas 11 años que ya se planteaba
prepararse para competiciones nacionales y europeas. Era una auténtica luchadora con coleta y
gafas de pasta. Le dijeron en muchas ocasiones que con sus problemas de vista
tendría que modificar sus aficiones
porque todos los deportes que adoraba no resultaban convenientes para alguien con
más de cinco dioptrías por ojo. Ni que decir tiene que Elsa hizo caso omiso a estos consejos y
advertencias y siguió jugando al futbol, practicando padel, asistiendo a sus
cursos de natación avanzada y todo lo que se le ponía por medio, implicara o no
movimientos bruscos y riesgos para sus lentes. Elsa pocas veces pasaba tiempo
con Alicia porque sus entrenamientos la llevaban mucho tiempo pero cuando
Alicia le dijo que la tarta era para mí, Elsa insistió en ayudarla.
¿Por qué estás triste?, le dije a mi amiga Alicia. En realidad no estoy triste, solo algo preocupada, me confesó. Las cosas iban bien en el instituto pero sus padres creían que si no obtenía mejores resultados académicos no tendría oportunidad para hacer la carrera que deseaba, o mejor dicho, la carrera que deseaban sus padres que estudiara. Lo cierto es que Alicia aún no tenía nada claro que es lo que quería estudiar tras el Bachillerato, es más, mi amiga no pensaba más allá del curso en el que se encontraba. Siempre había sido así. Eso de preocuparse por el futuro no era cosa habitual en nuestra mentalidad desde pequeñas. Nuestra consigna era “Vive el momento y ríe sin fundamento” y después de gritar esto a pleno pulmón nos reíamos como locas. Al margen de lo que pensaba mi amiga estaban las preocupaciones de sus padres, los cuales estaban convencidos de que el instituto del barrio no era el lugar adecuado para su preciosa y prometedora hijita. Se la llevaban a Barcelona a casa de unos parientes que se mostraron encantados de recibir en su casa a la hija mayor de Juanito el de la tía Alejandra ".
¿Por qué estás triste?, le dije a mi amiga Alicia. En realidad no estoy triste, solo algo preocupada, me confesó. Las cosas iban bien en el instituto pero sus padres creían que si no obtenía mejores resultados académicos no tendría oportunidad para hacer la carrera que deseaba, o mejor dicho, la carrera que deseaban sus padres que estudiara. Lo cierto es que Alicia aún no tenía nada claro que es lo que quería estudiar tras el Bachillerato, es más, mi amiga no pensaba más allá del curso en el que se encontraba. Siempre había sido así. Eso de preocuparse por el futuro no era cosa habitual en nuestra mentalidad desde pequeñas. Nuestra consigna era “Vive el momento y ríe sin fundamento” y después de gritar esto a pleno pulmón nos reíamos como locas. Al margen de lo que pensaba mi amiga estaban las preocupaciones de sus padres, los cuales estaban convencidos de que el instituto del barrio no era el lugar adecuado para su preciosa y prometedora hijita. Se la llevaban a Barcelona a casa de unos parientes que se mostraron encantados de recibir en su casa a la hija mayor de Juanito el de la tía Alejandra ".
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