"Sonó el teléfono, todos estábamos en el salón, mamá cogió
el auricular y respondió con monosílabos
colgando rápidamente. Supe que era papá. Estaba lívida y temblaba como una
hoja. Al principio quise serenarla, pero cuando me confirmó que había sido papá
me inundó una ola de rabia y no pude evitar enfrentarme a ella. No sabíamos
nada de él desde ¿hace cuánto? Ni sé. Desde aquella fatídica tarde en que
desapareció dejando tras de sí una triste nota que daba más pena que consuelo. Yo necesitaba saber que estaba bien, dónde
vivía, si existía posibilidad de verlo, si había superado su crisis o lo que
fuera que le alejó de nosotros. Sí, sabía bien que el daño que hizo a mamá aún
la hacía llorar en silencio por las noches de cuando en cuando pero, por dios,
era mi padre. Mamá lloró impotente ante mi enfado y yo recapacité
inmediatamente y controlé mi ataque de nervios. Pedí perdón a mamá. A pesar de
todo, mi angustia estaba ahí y no pude perdonarla que le colgara sin obtener información sobre él. Vive solo, me dijo dos
días después. Vive solo, cambió de ciudad y de trabajo, prosiguió mi madre, sin
levantar la cabeza del fregadero mientras
enjuagaba la taza del desayuno. ¡Mamá! , sollocé. Quise abrazarla, pero
no me dejó. Mi madre estaba herida de muerte. La ira que me inundó dos días
atrás había levantado un muro entre mi madre y yo. No podía permitirlo.
Necesitaba recuperar a mi madre. No, no podía perder a los dos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario