"La primera
Navidad sin papá fue devastadora. Ni que decir tiene que en casa obviamos la
decoración navideña y pasamos de abetos con espumillón, de papá Noel y de sus
renos. Nadie sacaba el tema pero la ausencia de mi padre en la mesa,
especialmente en Nochebuena minó el poco
ánimo que nos quedaba. Mamá dijo que todas las noches eran iguales y que los
que cuentan son los que están, no los que faltan, pero de la teoría a la
práctica hay un trecho muy largo… Finalmente, imagino que por mi hermano y por
mí, mamá hizo un esfuerzo y preparó para Navidad nuestros platos favoritos, no
eran muy navideños pero nos hacían muy felices. Preparó su maravillosa lasaña,
que aprendió en un curso de cocina allá por los años felices de nuestra pequeña
y entonces divertida familia, y una riquísima ensalada de marisco que hace
siempre que celebramos algo. Pensando en mi hermano, el cual había dejado de
parecerme un muñeco llorón para inspirarme toda la ternura del mundo, dibujé en
una cartulina un abeto con su decoración navideña inspirado en los clichés americanos,
con sus caramelos en forma de bastón, con sus gingerbread man (hombrecillo de jengibre), con estrellas,
espumillones, bolitas e cristal y, como no,
con su acebo con bolitas rojas. Llegaron los reyes magos y solo hubo
regalos para el más inocente de la casa, aunque mucho no pudo ser porque, con toda sinceridad, vivíamos tiempos de
estrechuras".
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