"Estando las
cosas así, mis padres distanciados entre sí, el ambiente de casa frío, mi
hermano caprichoso y llorón, como todos los críos de cuatro años -así lo veía
yo-, el colegio apestoso, mis amigas insoportables... Empecé a odiar tanto al
mundo que el universo debió decidir devolverme mi rabia y mi rencor en forma de
enfermedad. No voy a hablar de ello ahora porque, sencillamente, no puedo. ¡Un
nudo me aprieta tanto la garganta…! El resultado fue que tras tres meses de
guardar cama y de visitas a multitud de médicos y especialistas, perdí toda la
sensibilidad de cintura para abajo y mis piernas se olvidaron de caminar.
Me sumí en una
profunda melancolía. Nada me reconfortaba. Nada. La rabia y el resentimiento de
antes se habían tornado pasividad, desesperanza, desidia, laxitud, vacío… Un
vacío inmenso que yo visualizaba en forma de agujero negro del espacio y que
estaba segura me engulliría de un momento a otro. Y, a decir verdad, lo deseaba con todas mis ganas. Deseaba
desaparecer, diluirme, esfumarme. En aquella época, no tan lejana, rompí todos mis diarios y todas mis fotos;
mis recuerdos fueron al contenedor de la basura, de igual modo mi caja de los
secretos tampoco se escapó a tan desproporcionada reacción. Bueno, desproporcionada la veo ahora que
lamento profundamente haber perdido cosas tan personales y entrañables. Ese
pequeño tesoro que me rememoraba momentos antaño tan felices había desaparecido
arrastrando consigo la totalidad de mi infancia".
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