"Los acontecimientos seguían su curso. Al principio papá y
mamá parecían más unidos preocupados por lo que me estaba ocurriendo. Nadie les
daba respuestas, no había diagnóstico ni informes claros. Viajamos a Barcelona,
a Bilbao y a Vigo, allá donde decían que había un especialista o una clínica
que trabajaba con casos similares. Enfermedad desconocida fue el primer
diagnóstico que nos dieron. Eso era como no decir nada. Finalmente,
la peregrinación en busca de médicos y tratamientos más eficaces terminó convirtiendo en un auténtico calvario.
Cansados y desconsolados como estaban su empeño se tornó desesperación. Finalmente, mis padres dejaron de luchar, y
no les culpo porque la primera que había perdido toda ilusión y esperanza fui
yo. Sólo por ellos seguía dejándome arrastrar de consulta en consulta. Pero ni
para salvar el matrimonio de mis padres sirvió mi estúpida enfermedad".
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