"Al
principio me alimentaba de mis recuerdos. Cerraba los ojos e intentaba traer a
la mente todo cuanto había formado parte de mi vida antes de perder la
movilidad de mis piernas. Empecé a valorar todo, absolutamente todo, hasta los
malos momentos, todos, los buenos y los menos buenos, formaban parte de mi vida. Ellos también eran
responsables del tipo de persona que yo era. Ahora lo veía con una mirada
crítica. En vez de quemar velas quejándome todo el tiempo debí haber buscado
alternativas, haber reconfortado a mamá en lugar de culparla por todo lo que
pasaba, haberle dado cariño a mi padre sin esperar nada a cambio, debí haberme
ocupado más de mi hermano, otra víctima silenciosa de la gélida situación que
gobernaba mi casa. Entonces decidí buscar en mí motivos de alegría en lugar de
regodearme en la tristeza. No fue fácil,
decir otra cosa sería engañarme.
Mi
enfermedad terminó formando parte de la nueva normalidad. Dejamos de ir a
médicos y de probar nuevas medicinas. La enfermedad que parecía ser
degenerativa pareció detenerse en seco, se llevó por delante mis piernas y mis paseos por el parque pero se detuvo y
me regaló la capacidad para ver la vida de otro modo. Yo lo veía así, que
suerte he tenido que ya ha parado esta dichosa enfermedad y puedo retomar mi vida valorando ahora todo
lo que tengo mucho más que antes, esa fue mi reflexión".
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