"No sé cómo se me pudo pasar tan rápido el tiempo, allí
sentada en mi silla y no haciendo otra cosa que leer, estudiar, soñar y ayudar
a mi madre. Bendito internet, contacté con un periódico local y comencé a
escribir pequeños relatos que me publicaron,
para mi sorpresa, durante semanas en ediciones dominicales de una publicación
de cierto prestigio. Era lo más parecido a formar parte del mundo de ahí fuera
al que nunca asomaba la cabeza. Mi hermano era mi más fiel seguidor. Compraba
el periódico todos los domingos y nos leía mi cuento a mi madre y a mí en un
momento que él llamo rincón literario, durante
el cual no permitía a mi madre limpiar ni cocinar ni realizar tarea alguna.
Tocaba sentarse y escuchar. Mi hermano conseguía convertir en un momento
mágico, íntimo y familiar cualquier acto por cotidiano que fuera. A mi madre y
a mi nos encantaba verlo feliz y consentíamos pasivamente en seguir sus
protocolos y darle a cada evento la importancia que mi hermano requería. Había
que verlo preparar el desayuno de los domingos. Era particularmente cómico
porque apenas llegaba al mueble. Se levantaba antes que nosotras y preparaba
tortitas para los tres. A mi madre la encargaba la tarea de preparar el café y
a mí me dejaba a cargo del zumo de naranja. Cuánto le agradeceré siempre su
empeño y persistencia en crear ilusión hasta en los momentos más difíciles".
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