"Tanto gusto le cogí al estudio que superé el curso
antes de tiempo. Llegó una carta certificada que mi madre me releyó entusiasmada.
Decía básicamente que los resultados de mis pruebas eran tan buenos que iban a
darme la oportunidad de examinarme antes de finalizar el curso con el fin de
avanzar en mi formación. Al principio no vi la ventaja de esta propuesta pero para
ser sincera me hizo sentir bien. ¡Qué demonios!, habiendo perdido tanto tiempo
de escolarización no solo había conseguido igualarme a mis compañeros sino que
iba a superarlos. Confieso que me dejé llevar por la vanidad un pelín.
Iniciado el curso siguiente ahondé en el tema de los
idiomas y con ello comencé a alimentar un secreto sueño que empezaba a
visualizar como posible. Empecé a pensar que no había nacido para ver el mundo
desde una ventana. Comencé a verme viajando por el mundo, conociendo gentes,
alimentando mi ansia de conocer otras culturas, saboreando la vida a través de
sus colores y sus olores, quemando la vida de tanto usarla. Lo sentía con tanta
fuerza que casi podía tocarlo. ¿Era imposible? La forma de pensar que iba
fraguando en mí y que había cambiado mi ánimo y mis expectativas ante la vida
ya no me dejaba manejar esta palabra; ”imposible” ya no formaba parte de mi
vocabulario. ¡Vale! Igual parece que me subí a una nube y que no me enteraba de
nada, pero no, no era locura ni fantasía; era mi nueva actitud y sobre todo era
una increíble intuición. Eso que tan lejano sentía ahora me brotaba de la mente
como algo natural e imaginaba con la claridad de una evidencia hablar con la
gente, resolver problemas, jugar con los niños, cantar canciones hasta llorar
de alegría, regalar sonrisas… De
repente, amanecí un día con la idea clara y latente de que un día, no muy
lejano, dejaría mi silla".
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