"Fueron
ocho interminables meses. Perdí un curso entero del colegio y a las pocas
amigas que me quedaban. Una calurosa tarde de agosto apareció Alicia en casa
con su sonrisa franca y un “original” regalo: un diario. Para ser sincera, lo
primero que pensé fue “bendita ocurrencia la de mi amiga”, un diario a estas
alturas me parecía cosa de niña pequeña pero en mi situación me resultaba
especialmente doloroso. Justo ahora que no me pasaba nada de nada, que pasaba
interminables y tediosas horas en mi cuarto; que apenas recibía visitas; que cada vez veía menos a mi padre, que, por
su parte, volvía a llegar tarde a casa y
cabizbajo metido en sus ensueños y alejándose de mi familia, ya sin remisión. Sin
embargo, justo por todas estas razones aquel inocente y bienintencionado regalo
era lo que yo necesitaba. Un libro sobrio y a la vez singular y elegante, con
unas sencillas tapas marrones en cuya cubierta se leía en letras góticas “MI
DIARIO”. Nada del otro mundo dirás, de
verás que yo también lo pensé. No obstante, estaba llamado a ser mi vía de conexión con el mundo. Ese mundo al
que yo rechazaba y al que yo tampoco parecía gustarle mucho. Intenté, no sin
dificultad, aferrarme a un pensamiento positivo que me aportara algo de
esperanza y decidí que algo que venía de mi única amiga no podía ser malo.
Alicia entraba de nuevo en mi vida y venía con una invitación a comenzar el
nuevo libro de mi vida. “Para que escribas todo lo que se te pase por la
cabeza. Lo que te ocurra y lo que te imagines” dijo con su natural desparpajo. Empecé con más entusiasmo que consistencia.
Escribía todos los días hasta que el bendito diario también llegó a aburrirme".
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