"Decidí colaborar con mi madre aún más y ayudarle todo lo
que podía con mi hermano. Luis era un auténtico trasto, el típico niño de fácil
trato que hacía amigos por todas partes. A pesar del ambiente, nada halagüeño
que se respiraba en casa, mi hermano mantenía una pureza y una alegría natural,
típica de la infancia, que nos aportaba
a mí y a madre una auténtica inyección de oxígeno. ¡Qué paradójico!, resultaba
que era él el que nos daba consuelo a nosotras. Siempre fue muy listo e intuitivo.
Salía a menudo y se apuntaba a todo lo que sonara deportes para tener que entrenar y pasar menos tiempo
en casa. Nunca traía a sus amigos a casa. Si bien es cierto, según se hacía
mayor se iba haciendo más ácido su humor y más frío su carácter. Aunque afortunadamente
no terminó de perder su carácter afable. Imagino que fue la inocencia asumible
a la infancia la que le protegió de la mirada oscura de su entorno familiar,
sin embargo, según crecía se hacía más consciente de la amargura de mamá y de
lo frustrante que era la situación de su hermana paralítica, a pesar de que yo
le contaba historias fantásticas sobre porqué había decidido dejar de caminar
para sentarme como una reina en su trono en mi preciosa silla plateada. Mi
hermano ya era muy mayor para monsergas. Ni siquiera me di cuenta cuando dejó
de preguntar por mi padre".
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